LA SOMBRA DEL MIEDO
En
estos días escuchaba un podcast sobre los diferentes tipos de miedo a los que
una persona se puede enfrentar y que en algunas ocasiones nos paraliza y en
otras nos motiva a actuar.
Pero,
¿quién no ha sentido miedo alguna vez en su vida? El experto en dicha
trasmisión mencionaba que dependiendo de nuestras circunstancias debemos
trabajar para que ese miedo se convierta en algo positivo y sea este el motor
que nos impulse a salir adelante.
En lo personal, considero que como docente me he
enfrentado a diversos miedos y para mí el más importante es el miedo al fracaso.
No me refiero al miedo de perderlo todo y vivir de la caridad. Creo que puedes
tener un excelente trabajo, pero de igual forma sentirte fracasado.
Para
mí esta clase de miedo involucra el estar haciendo algo que no amas, realizar
una labor sin pasión, de manera rutinaria o robótica, el sentimiento de que no
eres productivo, y de que vas por la vida sintiendo que eres el ser humano más
infeliz que existe sobre la tierra, especialmente cuando estás en tu trabajo. Eso
sí que me da terror.
Relacionando lo que escuché en el podcast con nuestra
labor docente, decidí compartir algunos de los miedos a los que algunas veces nos
podemos enfrentar o nos hemos enfrentado en nuestra experiencia profesional.
El miedo natural.
Cuando iniciamos un ciclo escolar o vamos a estar frente a un nuevo grupo existe
cierto miedo a fracasar. El imaginar que perdemos la atención de los alumnos o
el control de grupo; o que no llenemos sus expectativas, nos puede paralizar.
En lo personal siempre que estoy por capacitar a un grupo de maestros me da un
miedo de moderado a intenso, que en ocasiones me ha llevado a pensar que
debería abandonar el salón e irme a mi casa a descansar. Esta clase de miedo es
perfectamente natural y sin este, no seríamos capaces de dar nuestro máximo esfuerzo
para enfrentar los desafíos del día a día.
El miedo traumático. ¿Les
ha pasado que llegan a tener un grupo que se convierte en una pesadilla? El
problema con esta clase de grupos es que generalizamos. Pensamos que el
siguiente ciclo será igual, o que todos los grupos del mismo nivel son así de
conflictivos. Llegamos incluso a satanizar la institución, y lo que provoca es
que desarrollamos un trauma que incluso pensamos en dejar de enseñar, de una
vez y para siempre. Lo ideal es que analicemos las condiciones que provocaron
dicha situación, corregir lo que está en nuestras manos y ser optimistas sobre
lo que nos depara el futuro al trabajar con nuevos alumnos. El optimismo y el
pensar que nadie tiene control sobre nuestras reacciones nos da el empuje
necesario para vencer nuestros miedos.
El miedo colectivo.
Nada nos une más como grupo que el miedo. Esto pasa cuando nos dan pavor las
reformas, las capacitaciones, las especulaciones y hasta los nuevos jefes. Este
miedo se contagia y lo que provoca es que nos unamos en una suerte de organización
mafiosa, donde nos quejamos de todo, nos manifestamos y en muchas ocasiones decidimos
esconder la cabeza en la arena como el avestruz. Lo correcto es no escuchar a
los demás. No permitamos que el miedo del otro se convierta en nuestro miedo. Creo
firmemente que, si nos informamos y ponemos sobre la mesa nuestras inquietudes
respetuosamente; así como el emprender acciones de mejora empezando por nosotros,
trabajaremos más felices unidos por el bien común que por un miedo colectivo.
Finalmente, coincido con los expertos en el sentido de que
el miedo en ciertas dosis puede impulsarnos a rebasar nuestros límites. El
miedo a lo desconocido es el pan nuestro de cada día, pero lo importante es
entender que nadie puede atentar con nuestra vida, nuestro trabajo o lo que
somos; y que solamente alguien puede influir negativamente en nosotros cuando se
lo permitimos.
Abdel Jacobo
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