EL PODER DE LA VOCACIÓN DOCENTE
Una pregunta que en ocasiones
me he hecho es si un docente nace o se hace. Es como preguntar qué fue primero,
si el huevo o la gallina. Aunque quizás no hay una respuesta 100% certera y que
se demuestre con datos científicos; mi experiencia me ha dicho que un buen
docente debe tener vocación, es decir haber “nacido” con ciertas habilidades. Y
aunque mayormente debemos pulirnos como maestros, es decir, reinventarnos, trabajar
duro y mejorar día con día a través de la capacitación y formación profesional;
sin nuestra vocación –creo yo- no podríamos estar frente a grupo.
¿Pero entonces, que define
esta llamada vocación docente? Más que una facilidad a enseñar, impropiamente
dicho, considero que existen algunos rasgos o características de la
personalidad que nos inclinan más hacia esta noble profesión.
v El deseo de servir a los demás. Si no
contamos con el sentimiento de ayudar a los demás -sobre todo a nuestros
alumnos- y no estamos dispuestos a desarrollarlos como seres humanos con
valores, como buenos ciudadanos del mundo, y en muchos casos como profesionales,
entonces nunca podremos ser buenos maestros.
v La paciencia. Cuando
hablo con mis alumnos sobre las expectativas del curso y sobre lo que esperan
de mí, su maestro, es algo recurrente que respondan: “que sea paciente”. Y tienen
toda la razón. Si no somos pacientes, y los estamos presionando hasta sus límites,
estaremos provocando precisamente el efecto contrario. Conectar con nuestros
sentimientos y emociones, así como la práctica de mindfulness puede ayudarnos a
cultivar la paciencia.
v La creatividad. Ser un
buen maestro significa pensar fuera de la caja, como se dice en inglés, “think
out of the box”. Ante los nuevos retos y desafíos que enfrentamos todos los días
en las aulas, el ser creativo nos ayuda a resolver estos problemas, pero también
a encontrar la manera de enseñar a nuestros a aprender. Literalmente a veces
nos paremos de cabeza para lograr nuestros objetivos.
v Inteligencia emocional. Mucho
se ha hablado de la inteligencia emocional en nuestros alumnos, pero; ¿nosotros
como docentes la desarrollamos? Es decir, ¿podemos ponerles nombre a nuestras
emociones? ¿Podemos identificar cuando estamos enojados, o frustrados? ¿Y, sobre
todo, como administramos estas emociones para canalizarlas en algo positivo e
influir positivamente en las emociones propias de los alumnos? Vale la pena
dedicar un artículo completo a técnicas y estrategias para manejo de nuestras
emociones en un futuro próximo. Sin inteligencia emocional, difícilmente nuestra
labor nos haría feliz.
v La disciplina. Ser disciplinado
es hacer lo que tenemos que hacer, aunque no tengamos ganas de hacerlo. Nuestro
trabajo requiere mucha disciplina en las rutinas que creamos alrededor de
nuestra enseñanza. Desde nombrar lista, revisar tareas, retroalimentar al
alumno, tomar cursos, etc. El hacer algunas cosas hoy y mañana no hacerlas, da
la sensación de que no nos gusta nuestro trabajo y que somos incluso
desorganizados. La clave está en ser disciplinados en todos los aspectos de
nuestra vida.
v La organización. Considero
que la habilidad de ser organizado es fundamental en este trabajo. Cuando tenemos
5 o 6 grupos de 40 alumnos cada uno, es difícil organizar la calificación de los
exámenes, reportar las evaluaciones, atender a padres de familia, tener un
control estricto de cada uno de nuestros alumnos, etc. La organización de
nuestras labores y nuestro tiempo hace nuestra vida mil veces más fácil.
En conclusión; nuestra vocación
docente se complementa con muchas otras habilidades que adquirimos desde el
seno familiar o desde nuestra niñez, más otras más que vamos adquiriendo por la
experiencia y por cultivarnos día con día; pero nunca debemos subestimar el
poder de la misma. TU VOCACIÓN TIENE EL PODER DE CAMBIAR VIDAS.
Cuando estemos a punto de tirar la toalla, recordemos que
nacimos para ser maestros.
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